martes, 20 de diciembre de 2011

Escondite

Yo necesito esconderme. No muy a menudo, pero sí de vez en cuando. Necesito un refugio donde meter la cabeza porque a veces siento que todo va muy rápido, que no tengo tiempo real de concentrarme en este mismo instante y que se me escapan cosas que pasan por encima pero que en realidad deberían pararse también conmigo para que pueda asimilarlas, acogerlas en mi pecho y guardarlas por siempre.

Me escondo, porque mi pequeña cyn y yo necesitamos más intimidad de la que la vida y el mundo nos proporcionan. Necesitamos un momento para escuchar la música que nos hace desarrollar nuestros sentidos, y dejarnos llevar. Pasar tiempo a solas, y descubrir qué es lo que está cambiando o por qué nos alejamos alguna vez la una de la otra. Permanecer con los ojos cerrados, solo para reconciliarnos, perdonarnos, sin que nada ni nadie se entrometa en ese instante que es solo nuestro.

En mi otra vida tenía un sitio donde estar quieta durante horas y mirando fijamente al horizonte no era síntoma de nada. Un sitio que me acogía, me abrazaba y me permitía gritar sin que nadie me oyera. Mi refugio me dejaba vacía, pero al mismo tiempo también me llenaba de la energía que representa la vida.

En esta vida nueva, no tengo un sitio que sea mío. Quizá Madrid no tiene escondites posibles. O yo no he encontrado el mío propio aún.
Y es así como nace este sitio. Como intento de refugio sin aún conseguirlo del todo. Será que perdí con demasiada facilidad el pudor a desnudarme, pero no el de sentirme desnuda. O que el refugio sea público no ayude. Quizá fui demasiado valiente el día de su inauguración, aportando datos reales, y hasta plantando ahí la fotografía de la que me da los buenos días cada mañana frente al espejo. Y ahora me escondo así, como la de la foto.